Universitat Rovira i Virgili

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Diccionario de historia de la enseñanza del francés en España (siglos XVI-XX)

REAL SEMINARIO DE NOBLES DE MADRID (1725 - 1836)

Institución educativa de primeras letras y latinidad. Fue fundado el 21 de septiembre de 1725 bajo el real patrocinio de Felipe V, destinado a la educación de jóvenes nobles. Comenzó su actividad el 18 de octubre de 1727 con la dirección de la Compañía de Jesús, ubicado hasta 1730 en un edificio cercano al Colegio Imperial, que regentaba esa orden. Tras la expulsión de los jesuitas en 1767 fue cerrado y enseguida reabierto en 1770 con directores nombrados por el rey. El primero de éstos fue el célebre marino Jorge Juan, lo que supuso el inicio de una progresiva «militarización» (Andújar Castillo, 2004: 207); de hecho, en 1785 se incorporaron los alumnos del recién suprimido Colegio de Cadetes de Caballería de Ocaña y en 1786-1793 los de la Casa de Pajes. El reinado de Fernando VI, quien concedió diversas mercedes a los seminaristas, constituyó el momento de mayor apogeo de la institución; luego tuvo dificultades económicas, que se intentaron paliar con el Plan de reforma de 1785 del director Antonio Angosto Rodríguez (Aguilar Piñal, 1980: 332, 337). Con la invasión francesa de 1808-1814 el edificio fue convertido en cuartel. En 1826 fue reabierto de nuevo por los jesuitas dentro del Colegio Imperial y en 1835 cambió su denominación por la de Seminario Cristino, pero fue clausurado en 1836 al suprimirse los privilegios de la nobleza con el gobierno liberal progresista de Mendizábal.

Fue la primera institución española que incluyó el Francés en sus planes de estudios (Fernández Fraile, 1999: 137), lo que se explicaba por su importancia para formar a «un perfecto Cavallero» (RSN, Constituciones, 1725: 6), es decir, a los futuros cargos en la administración y cancillerías (Andújar Castillo, 2004: 221). Al principio fue una materia voluntaria junto al Italiano (RSN, Constituciones, 1725: 78). El estudio de ambas lenguas se iniciaba tras la clase de Medianos, que era la segunda del ciclo, dado que entonces los alumnos ya habían cursado Gramática -en cuya clase debían hablar en latín- y así evitaban simultanearla en sus comienzos, «porque les servirà de confusion, y de atrasso el querer atender a un mismo tiempo à los rudimentos de muchas Lenguas» (RSN, Constituciones, 1725: 42-43). Con la siguiente normativa su estudio pasó a ser obligatorio, a diferencia del Italiano (RSN, Constituciones, 1755: 188, «Parte III. Estudios»).

El Plan de Estudios de 1785 destacaba el «conocimiento de este idioma, tan util en el dia, como se ha hecho general» (RSN, Plan de Estudios, 1785: 10), y añadía precisiones prácticas sobre su enseñanza: se cursaba obligatoriamente durante un año, aunque por indicación del maestro los alumnos podían repetir dicho curso; y cada sala contaba con un director, ayudas de cámara y mozo de retrete franceses, quienes solamente debían emplear su lengua materna. Las clases eran de hora y media, pero de las afirmaciones del profesor Pelleport se deduce que no existían días fijos de clase: "los Caballeros seminaristas dedican a ella el corto tiempo que les dexan libres sus principales estudios" (RSN, Certamen público de lengua francesa, 1790: I). En esa época se estudiaba también Inglés de manera optativa, y como dato significativo, sus exámenes incluían una prueba de traducción al inglés del Magasin des Enfants de Madame Leprince de Beaumont, pues «se procura que los que se dedican al ingles no olviden, antes conserven y adelanten el uso que hayan adquirido de la lengua francesa» (RSN, Certamen público de lengua inglesa, 1785: II).

 Las Constituciones de 1799 ofrecen informaciones que permiten comprobar la didáctica del idioma, basada fundamentalmente en la versión de textos educativos franceses clásicos: el Discurso sobre la historia universal de Bossuet, la Escuela de literatura de Joseph de La Porte y el Curso de Bellas letras de Batteux (RSN, Constituciones, 1799: 40-41). El francés se destacaba como materia fundamental y obligatoria, complementaria de la Poética y Retórica castellana y latina; y se cursaba en el tercer, cuarto y décimo de los diez cursos de que constaba entonces el plan de educación, es decir, había ampliado su presencia. Se le consagraba hora y media diaria de clase, de 4.30 a 6 de la tarde desde octubre y de 5 a 6.30 desde mayo (ibíd.: 44 y 80-81); asimismo, podían asistir como oyentes a las clases de francés, un día a la semana, los alumnos más instruidos de los cursos en que no estuviese incluida la asignatura (ibíd.: 83). Estaba prevista la existencia de un catedrático de lengua francesa, cuyo sueldo era de seis mil reales, igual al de los dos maestros de primeras letras y más bajo que el de los restantes especialistas. En la siguiente etapa, en el siglo XIX, el francés continuaba en el currículum, aunque no se le adjudicaba un número concreto de horas lectivas, que «será proporcional al talento y aplicación de cada uno» (RSN, Instrucción, 1826: art. III), como sucedía con las demás clases literarias, es decir, Religión, primeras letras, Castellano, Inglés, Geografía, Cronología e Historia, Retórica y Poética (RSN, Instrucción, 1826: art. II). Existían varias «salas» o aulas de Francés. En 1788 había tres, pero solo una del Inglés optativo (AHN, Universidades, 689/2, exp. 5), y las listas de alumnos en la segunda mitad de ese año evidencian su número variado y variable: los 16-19 totales de Laborde, los 17-20 de Selino y los 28-33 de Pelleport, encargado del aula más numerosa. Cabe destacar la irregularidad en las edades de ingreso y en los periodos de permanencia en el centro, aunque la normativa establecía de los 12 a 14 años como edad inicial y los 18 o 19 como final (RSN, Constituciones, 1755: 186, y Constituciones, 1799: 78). Los respectivos profesores elaboraban relaciones mensuales en las que anotaban los niveles alcanzados por sus alumnos con calificativos particulares, normalmente «Buenos», «Medianos» o sin precisión, pero también «ínfimos» o «Mui buenos», como realizaba el profesor Juan de Selino, o según la escala de Dionisio de Pelleport: «Sobresalientes», «Medianos» e «inaplicados» o «Aplicados» y «Medianos». De las anotaciones de Esteban de Laborde se desprende que organizaba su aula en dos clases, seguramente por la diferencia de niveles. En 1791, diversas disposiciones políticas del secretario de Estado, conde de Floridablanca, preocupado por la propagación de las ideas la Revolución francesa, redujeron el francés a un aula, a cargo de Dionisio Pelleport, a quien luego se sumó Joseph Sabatier (Gimeno Puyol: 2019). El «Proyecto formado por el Director del Seminario», D. Andrés López Sagartizábal, en marzo de 1801, hablaba solamente de un maestro de Lengua Francesa, aunque también solo existía uno de Gramática Castellana. Pero hubo más clases con la reapertura tras la Guerra de la Independencia.

No se podía pasar de clase o facultad sin haber sido examinado y aprobado (RSN, Constituciones, 1755: 187). El Plan de Estudios establecía exámenes cada tres meses y cada dos años, certámenes públicos (RSN, 1785: 15), pero la práctica fue irregular. Existe constancia de ejercicios impresos de Francés desde la década de los 60, que entonces realizaban solamente los alumnos más aventajados y personalizados para cada uno (RSN, Ejercicios literarios, 1764, 1766). Se generalizaron luego los exámenes mensuales, que eran extensivos a todos los alumnos (RSN, Examen mensual de los Caballeros Seminaristas, 1799), aunque fueron espaciándose cada cuatro meses al reabrirse el Seminario en el siglo XIX (RSN, Instrucción, 1826: 10, art. V). De los certámenes de cada asignatura se imprimían sendos cuadernillos con los enunciados, que constituían los llamados Ejercicios literarios, celebrados normalmente en diciembre-enero y en julio. Los primeros consistían básicamente en una traducción directa e inversa, en prosa y verso, aunque a algunos alumnos se les exigía una prueba de conversación y de lectura y que respondieran en francés cuestiones sobre distintas materias y sobre pronunciación y conjugaciones (RSN, Ejercicios literarios, 1764, 1766). Posteriormente, ganaron en complejidad y se convirtieron en ejercicios de lucimiento en que los alumnos demostraban su conocimiento de los clásicos franceses, presentados como la vía para adquirir la elegancia de su lengua y cultura (RSN, Certamen, 1802: 127). Entre los incluidos destacaron las Aventuras de Telémaco de Fénelon y el Poema de la Religión de Louis Racine, cuya presencia es invariable (1781, 1787, 1790, 1829). La mayoría de los restantes textos objeto de examen comparten la orientación moral y cristiana: las Oraciones fúnebres de Flechier (1787); fábulas de La Fontaine (1790, 1802); el Nuevo Robinsón (1790), una obra para uso de la juventud del alemán Joachim von Campe, que se difundió en España en su versión francesa hasta que fue traducida al castellano por Tomás de Iriarte (Madrid, Imprenta Real, 1798); y el citado Discurso de Bossuet (1799, 1802). Ya en el siglo XIX, se elaboró una antología escolar titulada "Colección de textos escogidos de literatura y moral" y un compendio de la Historia de España (1829), y se incluyeron las tragedias Ester y Atalía de Racine (1831). Asimismo figuran textos instructivos franceses en su versión española sobre los que debían realizar traducciones inversas: las Conversaciones familiares de Doctrina Christiana entre las gentes del campo, artesanos, criados y pobres de Madame Leprince de Beaumont (1781), el Compendio histórico de la Religión de Joseph Pinton (1787, 1802) y los Elementos de todas las Ciencias de Jean-Henri-Samuel Formay (1787).

A juzgar por los exámenes publicados, se pretendía dotar a los alumnos de competencia oral, comprensión lectora y expresión escrita. Sobre lo primero, el maestro Pelleport lamentaba las limitaciones de un aprendizaje reducido al momento de las clases y "el corto trato con el Maestro" (RSN, Certamen, 1781: I), insuficiente para adquirir la adecuada pronunciación y precisión, de manera que la asignatura constituía una primera etapa para completarla con la lectura continuada de autores clásicos y la conversación con hablantes más competentes o estancias en el país de origen (ibíd.). El Certamen de 1802 recomendaba «el trato freqüente de personas que la hablen con cultura y elegancia» (RSN, Certamen, 1802: 127). Los ejercicios de lectura y el recitado de poesía, que formaron parte de algunos exámenes, permitían reforzar la buena pronunciación. La base gramatical se consideraba necesaria para realizar correctas traducciones, algunas de ellas sin la ayuda del diccionario (Nuevo Robinsón, 1790), una prueba invariable en todas las etapas de la institución, que se acompañaba de preguntas gramaticales sobre los textos traducidos. Los exámenes mensuales debían de estar especialmente enfocados a reforzar esos contenidos; por ejemplo, los alumnos de Pelleport en su Examen mensual del 18 de diciembre de 1799 debían acreditar su conocimiento de las reglas de pronunciación y la sintaxis, conocer las correspondencias entre los determinantes -"los quatro Articulos, definido, indefinido, partitivo, y partitivo numeral"- así como las conjugaciones regulares afirmativas y negativas, simples y compuestas y diferenciar las clases gramaticales de verbos; los de la segunda clase, más avanzados, además de lo anterior debían leer en francés y traducir el pasaje al castellano, dar cuenta de las partes de la oración y algunos realizaban una composición en castellano que luego traducían. La competencia escrita se practicaba no sólo con la traducción inversa sino también mediante composiciones en francés, en concreto cartas, según el estilo epistolar y la capacidad de los alumnos (RSN, Certamen, 1787: I, y 1802: 127). En la etapa final del Real Seminario se realizaron ejercicios de dictado en el encerado (1829, 1831).

Varios profesores de la institución elaboraron gramáticas, manuales o métodos para su uso lectivo. El primero de ellos fue el jesuita Núñez de Prado, cuya Gramática de la Lengua Francesa (1728) fue muy reeditada (Suárez Gómez, 2008: 122-123). Juan Magín Tallés publicó unos Rudimentos de la Pronunciación Francesa (1777), Esteban de Laborde, otras dos Reglas para la Pronunciación (1784, 1801) y diversas obras Juan Tomás Laurès de Mayran (1797, 1799, 1800). Otros profesores dejaron programaciones manuscritas de la asignatura que impartían: Bernardo Dupouy, Dionisio de Pelleport y Joseph Marie Sabatier.

María Dolores Gimeno Puyol

Bibl.: