Universitat Rovira i Virgili

Tornar

Diccionario de historia de la enseñanza del francés en España (siglos XVI-XX)

PROFESOR

El "profesor" de lengua extranjera (en este caso, del francés) ve modificados tanto su imagen social como su estatuto profesional a lo largo de los siglos XVI a XX. Pueden distinguirse tres fases (y otras tantas configuraciones o "modalidades profesionales"): el preceptor, el maestro de lenguas, el profesor.

[Preceptor]

En el terreno educativo, podemos distinguir dos modalidades principales en cuanto a la figura del preceptor, según se refiera uno al ámbito de las instituciones educativas o bien al ámbito privado. En el ámbito institucional o público, el preceptor era identificado con el "encargado" principal de una clase, exigiéndosele el título de bachiller, teniendo bajo su tutela a un grupo de escolares (de edades tempranas), en las clases principalmente de gramática (latina), y contando con el apoyo de ayudantes (los "repetidores"), quienes le ayudaban a tomar la "lección". Es muy ilustrativo el texto siguiente, que relata las funciones del preceptor Juan López de Hoyos en la "Escuela de Gramática" dependiente del Ayuntamiento de Madrid, entre 1568 y 1583:

En esos días, el encargado o preceptor del estudio era un bachiller o un licenciado, acompañado a veces por un repetidor que repasaba y tomaba a los alumnos las lecciones impartidas por aquél. El contrato para 'leer gramática en esta villa' [...] solía comenzar el 18 de octubre, día de San Lucas; las vacaciones eran de un mes, desde el 16 de julio al 16 de agosto. Se accedía al puesto mediante oposición, pero cuando escaseaban los opositores interesados, el Consejal lo adjudicaba directamente a la persona que consideraba idónea. Los preceptores se obligaban a residir en la villa y a no abandonarla mientras durase el contrato, pudiéndose descontar de su salario lo correspondiente a los días de ausencia. Desde mediados del siglo XVI se estableció un régimen de inspecciones por comisarios municipales. Una parte de los salarios del preceptor y del repetidor provenían de las arcas municipales y consistía de un salario anual en dinero y en especias. Junto a este dinero aportado por el Consejo, el preceptor percibía de cada uno de sus alumnos (hijos de caballeros y hombres buenos en su mayoría) una cantidad mensual, aunque tenía la obligación expresa de no cobrar nada a los pobres. 

[http://elmadridmedieval.jmcastellanos.com/Urbanismo/escuela.htm]

La figura del preceptor en el ámbito privado va a configurar la acepción principal de dicho término. Existe en Europa desde la Edad media, y se mantiene hasta comienzos del siglo XX (como en el caso de los hijos de Alfonso XIII), variando indudablemente las modalidades de la práctica de tal función. El término 'preceptor' referirá principalmente en estos siglos a la persona a quien las familias aristocráticas (y posteriormente, la burguesía), encargaban la educación de sus hijos en su propia residencia, siendo alojado en la misma, habitualmente. Sus alumnos no acudían por tanto a las instituciones escolares públicas (dependientes de la ciudad, de la parroquia o de las órdenes religiosas), sino que recibían una educación personalizada. Un ejemplo paradigmático es el de Montaigne: su padre contrata a un preceptor de origen alemán, desconocedor de la lengua francesa, para instruirle en el latín como si fuera su lengua materna (véase Essais, I, cap. XXV). Entre los preceptores renombrados, debemos consignar a Abelardo (que se ocupó de la educación de Heloisa),  a Bossuet  (preceptor del futuro Luis XIV), a Fénelon (preceptor del futuro Luis XV), a Locke (preceptor de familias acomodadas en Holanda y posteriormente en Inglaterra), a Rousseau (preceptor de la familia Mably)... Precisamente, su labor como preceptores y su contacto con la práctica educativa proveyó a algunos de ellos una fuente de información y de reflexión para la composición de obras de orden pedagógico que influyeron notablemente en su época: Así, Fénélon compone el Traité de l'éducation des filles (1687) y Les Aventures de Télémaque (1699); Locke compone Some Thoughts concerning Education (1693). En el caso de Rousseau, tanto Émile como Julie ou la nouvelle Héloïse deben mucho a la experiencia de Rousseau como educador. La contratación de un preceptor "francés" por parte de familias aristocráticas europeas se extiende a medida que el francés se convierte en la nueva lingua franca sustitutiva del latín.

Los preceptores, según las épocas y destinatarios (niños o niñas; burguesía comercial o alta aristocracia, familias católicas o protestantes, etc.), tenían entre sus funciones educativas fundamentalmente la enseñanza del latín (puesto que se aprendía a leer y a escribir a partir del latín) y, a partir de tales capacidades lingüísticas, dotar a los hijos de las familias aristocráticas o burguesas de una cultura general que les permitiese el desempeño de sus futuras funciones a las que destinaban las familias a sus hijos. Igualmente, la extracción social de los preceptores, así como su sexo, varían considerablemente: en efecto, a partir del siglo XVIII, son fundamentalmente jóvenes de sexo femenino las que son contratadas por las casas nobiliarias europeas, valorándose su 'moralidad' así como su conocimiento de la lengua francesa. Un caso archiconocido en el siglo XVIII es el de Madame Leprince de Beaumont -sus  obras fueron difundidas en España, en versiones traducidas, fundamentalmente-, cuya trayectoria guarda cierto paralelismo con Eugénie Foa en el siglo XIX (cf. Mª E. Fernández, 1999).

En el caso de España, debe subrayarse que Antonio del Corro desempeñó la tarea de enseñar español al futuro Enrique IV de Francia, y que tal experiencia fue extraordinariamente relevante para la composición de sus Reglas Gramaticales para aprender la lengua española y francesa (1588), como ponen de relieve García Bascuñana (2006) y Suso López (2009), junto con otros aspectos de su azarosa biografía, entre otros, su exilio, al profesar la religión reformada.

[Maestro de lenguas]

Si bien los preceptores (fundamentalmente, en el caso de las mujeres) podían poseer el encargo de enseñar igualmente una lengua extranjera, su cometido era fundamentalmente, como se ha indicado, de tipo educativo general. Para aprender lenguas, ya a mediados del siglo XVI (en países como Inglaterra o bien los Países Bajos), comienzan a surgir "maestros de lenguas" (fundamentalmente, de francés, pero también de italiano), quienes se diferencias de los preceptores por tres características principales: están especializados en la enseñanza de una lengua extranjera, reciben a sus alumnos (escolares, pero igualmente adultos) en su casa, o bien en su "academia" (como Claude de Sainliens -cf. Reboullet, 1992- o Gabriel Meurier); sus alumnos poseen una extracción social menos elevada (burguesía, pequeña nobleza) y sus enseñanzas son de tipo práctico (traducir y hablar la lengua). Las clases de idioma pueden ser así un intercambio entre dos (maestro y alumno), o bien impartirse en pequeños grupos. Algunos pueden igualmente desplazarse a la mansión del noble o señor que desea aprender la lengua: la llegada a la corte española del séquito de Isabel de Valois (compuesto por unas trescientas personas: damas de compañía, familiares, administradores, etc.), genera entre esos grupos la necesidad de aprender español, y en la corte española el deseo correspondiente de aprender francés. Para tal público, Baltasar de Sotomayor y Jacques de Liaño componen respectivamente la Grammática y el Vocabulario (1565), ambos bilingües, es decir susceptible de ser utilizados para aprender tanto español como francés. F. Corcuera y A. Gaspar  detallan aspectos de la vida de J. de Liaño/Ledel: "criado de la reyna", "chevalier français au service de la reine","moço de cappilla de su majestad", destacando el papel que tuvo en el rápido aprendizaje del español por parte de la la reina (1999: XVI-XXIV). Es de suponer que tales autores, además de ello, pudieron dar clases particulares, de una y otra lengua, o bien, otras personas, conocedoras del francés: posiblemente Baltasar Pérez del Castillo, coetáneo, quien compone un Arte Grammatica y manera de bien hablar, screbir y leer la lengua Francesa breve y compendiosa para los que saben Romançe.

Ahora bien, la enseñanza del francés en España no llegó a consolidarse: la muerte prematura de la esposa de Felipe II (en 1568), y la consiguiente desaparición del séquito francés, malogran tales perspectivas. Por otra parte, la política cultural aislacionista de Felipe II, derivada de la Contrarreforma y de su plasmación en el Concilio de Trento, da lugar  a que España pierda todo contacto con Europa (así, en 1559 se prohíbe a los bachilleres y licenciados españoles cursar estudios en la mayor parte de las universidades extranjeras). En tal contexto, no debe extrañarnos que maestros de lenguas como Ambrosio de Salazar, maestro de lengua española en Francia a comienzos del siglo XVII, escribiera: "ie n'ai iamais veu personne qui enseigna les langues estrangeres [en Espagne], pource qu'il mourroit de faim" (1615, p. 70, in Caravolas, 1994: 265). Igualmente, Alfonso Par subraya que "a los españoles no les había entrado aún la comezón de aprenderse la lengua de los demás... y no se preciaban de conocer otros autores que los clásicos, los renacentistas italianos y unos pocos franceses" (1935: I, 61). J. Caravolas concluye así que "l'enseignement et l'apprentissage des langues en Espagne occupent [à l'époque de la Renaissance et du XVII siècle...] une place bien plus petite dans la vie culturelle de ce pays qu'aux Pays-Bas, en Angleterre ou même en France" (Caravolas, 1994: 266).

La situación de penuria del "maestro de lenguas" no era sin embargo exclusiva de España: incluso en otros países en los que las lenguas extranjeras eran demandadas, los salarios eran reducidos. Por ello, el maestro de lenguas -efectivamente, en plural, puesto que habitualmente enseñaba más de una lengua extranjera- ejercía esta ocupación como complemento de otras: habitualmente, intérprete y/o diplomático - como César Oudin, que fue intérprete de lengua española, italiana y alemana (cf. Louis-Gabriel Michaud, Biographie universelle ancienne et moderne, 1811). En ciertos caos, el maestro de lenguas editaba sus propios útiles (tratados gramaticales para aprender las lenguas, coloquios, diccionarios, etc.), frecuentemente plurilingües, como es el caso de C. Oudin. Por su parte, Juan Ángel de Sumarán, maestro de lengua española en la corte de Baviera (Munich), y luego en Viena, compone un monumental Thesaurus (1626), en cuatro lenguas (francés, italiano, español y alemán (cf. García Bascuñana, 2009). El maestro de lenguas era también habitualmente traductor de obras literarias: C. Oudin es así el primer traductor al francés de El Quijote; B. Pérez del Castillo se dedicó "a traducir obras francesas en Sevilla, labor que continuará desde 1569 en Alcalá", como certifica Antonio Domínguez Rey (1980: 86). Es el caso igualmente de otros muchos españoles que ejercen de maestros de lengua española en Europa a comienzos del siglo XVII (como Juan de Luna o G. de Tejeda, además del referido Ambrosio de Salazar), o bien tanto de lengua francesa como española (Diego de la Encarnación). En algunos casos, el "maestro de lenguas" ejercía igualmente la función de escribano público (como Galmace, quien se presenta en sus libros como "Professeur de Philosophie et de Théologie à l'Université de Paris").

En la segunda mitad del siglo XVII, se produce un resurgimiento del aprendizaje de la lengua francesa en España, fundamentalmente en el ámbito de la corte, como  muestran los testimonios de algunos maestros de lengua francesa que daban clases particulares y componían útiles para tal fin (gramáticas), como es el caso de P.P. Billet: en la "Aprobación de Don Francisco de Barrio" que precede a su Gramática francesa (1688), este destaca como mérito del autor su experiencia de enseñanza de la lengua francesa en la corte española, añadiendo que "todos los cortesanos debidamente agradecidos a este beneficio, deben estar agradecidos, como he insinuado, darle repetidas gracias" (1688: 6). Hay que remitir a M. Bruña para conocer detalles de la biografía de P. Billet y de Pedro Jarón, maestros de lengua francesa en este período (Bruña, 2010). Es a lo largo del siglo XVIII, empero, en que proliferan los maestros de lengua francesa, respondiendo a una demanda creciente, como atestiguan tanto P.N. Chantreau ("La lengua francesa, hoy tan universal en las Cortes, es parte de la buena educación de la juventud, del estudio de los literatos, y de la curiosidad de las demás gentes; siendo muy útil para qualquiera carrera que se emprenda, y adorno y gala en los que no se dedicaren a ninguna (1781: Método)", como otro autor contemporáneo, Esteban Terreros: "hoy dia [el francés] se ha hecho casi universal y como un adorno de la Juventud y buena crianza" (Terreros 1786-93: II). Muchos de tales maestros de lenguas componen sus propias obras, tales como F. de la Torre y Ocón (1728, "traductor de lenguas de la Santa, Suprema y General inquisición"), A. Courville (1728, "profesor de Lenguas en la Corte del Duque de Osuna"), A. Galmace (1745, 1748, 1780, "maestro de Lengua Francesa en esta corte"), S. Roca y María (1750, "maestro de Lengua Francesa"), P.-F. Rousseau (1754, "maestro de lenguas en la ciudad de Valladolid"), P. Contaut (1763, "maestro del Idioma Francés en la Real isla de Leon y ahora en esta Corte de Madrid"), J. Broch (1771, "maestro de Lengua Francesa con licencia")...

El término "maestro" se aplicaba igualmente, en el ámbito educativo, a los "maestros de lectura y de escritura", cuyo número crece exponencialmente en los siglos XVII y XVIII: con escasa preparación (ni siquiera bachilleres), se ocupaban de los niños de edad más temprana (7-10 años), a cambio de un salario escaso, en clases muy numerosas (regentadas por las parroquias o los ayuntamientos). Su vida miserable y su multiplicación arrincona el sentido medieval del "maestro", término que alude a un quehacer bien hecho, artesanal y personalizado. Tal realidad no debe hacer olvidar que existían igualmente "maestros reales" (de lectura, de escritura, de cálculo), dotados de un mayor rango social - que crean ciertos monarcas (como en Portugal, a finales del siglo XVIII), o bien nobles ilustrados-, quienes ejercen su quehacer en instituciones reservadas a los hijos de nobles (cf. Nóvoa, 1987: 12). Constituyen el precedente del maestro de escuela (al extenderse tal institución escolar a las capas populares), profesión que se connota rápidamente de modo despreciativo en España, como reflejan los diminutivos ("cada maestrillo tiene su librillo") y los dichos populares ("pasar más hambre que un maestro escuela"). 

[profesor]

El término profesor (derivado del sustantivo professio y del verbo profiteri: declarar, confesar) surge en el siglo XVIII y designa en las universidades al hombre de letras que imparte lecciones públicas sobre cualquier arte o ciencia, en una cátedra que ostenta con ese fin, como se dice en el artículo "Professeur" de la Encyclopédie. Y se dice en ese mismo artículo que los profesores enseñan, en las universidades, gramática y humanidades, explicando a través de la palabra a los autores clásicos y dando a sus alumnos trabajos de composición en prosa o en verso que luego corrigen para mostrarles la aplicación de las reglas. Y se añade en el mismo artículo que los profesores de Filosofía, de Derecho, de Teología y de Medicina dictan tratados que copias sus oyentes, y luego se los explican. Por otra parte, el padre Bluteau, autor del Vocabulaire Portugais & Latin (1712-20 : 640), ilustra el significado de dicho término comentando tajante que si el que tiene como profesión enseñar la Gramática comete al hablar cualquier barbarismo viola la ciencia de su porfesón (in Nóvoa, 1987: 23, citado por M.E. Fernández, 2005: 113).

La oposición maestro-profesor se establece a partir del valor despreciativo del término "maestro": el profesor está dotado de mayor preparación intelectual (licenciado, y no solo bachiller), se equipara a las "profesiones" por excelencia de médico, abogado y sacerdote, y su estatuto y funciones son de rango "elevado", puesto que no enseña un saber-hacer repetitivo (la lectura, la escritura), sino que "profesa" una lección, dando fe de su verdad científica. Si el maestro de lenguas tenía por misión crear en el alumno un saber hacer lingüístico (traducir la lengua extranjera, hablar en lengua extranjera), a partir de la propia práctica del idioma, el profesor transmite un saber: el saber gramatical contenido en una gramática, es decir, un saber sobre la lengua. Si el saber hacer lingüístico puede ser proporcionado por cualquier persona conocedora del idioma, (en especial, los 'nativos'), incluso sin estudio alguno, la transmisión del saber gramatical únicamente puede hacerla un especialista, dotado de unos conocimientos refrendados por un título. Habitualmente, el profesor ejerce su quehacer en una institución educativa: colegio, academia militar, instituto, universidad, frente al ejercicio privado del maestro de lenguas (clases particulares, clases en academias o 'pensiones' privadas). El término profesor se connota así rápidamente de un sentido positivo, y puede decirse que, a mediados del siglo XIX, ha reemplazado por completo al término "maestro de lengua". La transformación del maestro de lenguas en profesor conlleva así una serie de transformaciones que siguen marcando tal profesión en nuestros días. Señala Mª Eugenia Fernández (2005: 116) que la transformación del maestro de lenguas en profesor conlleva une serie de desplazamientos en las funciones ejercidas. Y pasa a detallarlas:

Ya en el siglo XVIII, se nombran de este modo "profesores" de lengua francesa en una serie de instituciones educativas que imparten el francés como materia voluntaria, principalmente en el Seminario de Nobles de Madrid, regido por los Jesuitas. Algunos de estos profesores componen útiles propios para la enseñanza del francés, tales como el Padre Núñez de Prado (1728, Gramática de la Lengua Francesa..., véase C. Roig, 1991), J. Magín Tallés  (1773, Rudimentos de pronunciación francesa...), E. Laborda [véase /Laborde/] (1784, Reglas para la pronunciación...), J.T. Laurès de Mayran (1794, Tratado de conjugación francesa...)..., extendiéndose su influencia a otros ámbitos de enseñanza. A finales del siglo XVIII, el francés se enseña igualmente en algunas instituciones de enseñanza públicas, como la Academia Militar de Ávila, en la que ejerce como profesor de francés P.-N. Chantreau, cuya biografía se conoce mucho mejor desde la tesis doctoral realizada por Núria Moreu (1990). Igualmente, se enseñaba entonces  francés en el Seminario y la Academia de Lenguas y Ciencias de Cádiz. Su director durante un tiempo, A. González Cañaveras, crea en Sevilla una Escuela de Idiomas para la formación de los profesores de dicho Seminario en 1768. González Cañaveras es sin duda uno de los exponentes más influyentes en su época en cuanto a la enseñanza del francés en España (cf. Fernández Fraile, 2009). Igualmente, algunos "Institutos" creados por ilustrados ofrecen a sus alumnos la posibilidad de estudiar idiomas extranjeros, fundamentalmente el francés y el inglés (así, el Real Instituto Asturiano, de Gijón, creado por iniciativa de Jovellanos en 1792).  En dicho Instituto es nombrado profesor de idiomas (y bibliotecario), Jean Thomas Lespardat, de origen francés, persona instruida, puesto que "il a étudié les humanités, les mathématiques et la jurisprudence dans son pays" (Supiot, 1995: 10). Los aconteceres ("heurs et malheurs", como indica Supiot en el título de su estudio) de la vida de este maestro de lenguas sirven de ejemplo de todos cuantos se dedicaban a la enseñanza del francés (o bien eran simplemente francófilos) en tiempos de la Revolución francesa y de las guerras napoleónicas (cf. Supiot, 1995).  Finalmente, es de suponer que en el Real Colegio de Cirugía de la Armada de Cádiz (creado en 1748) -y en otros del mismo tipo- se impartiesen clases de francés, puesto que entre sus fondos contaban con varias gramáticas francesas (cf. Medina Arjona, 1999).

A comienzos del siglo XIX, prosigue (tras un breve paréntesis debido a las guerras napoleónicas) la multiplicación de la demanda de estudio de francés, con el consiguiente aumento de "maestros de lengua" y de "profesores" dedicados a tal menester. Dada la escasez de instituciones "públicas" en las que tale enseñanza es impartida, son las academias privadas y las clases particulares las que afrontan tal demanda social: la inclusión del francés como materia de estudio y su consiguiente disciplinarización (véase /Legislación/ Ley Moyano/ y Chervel, 1988) no cubren las necesidades, y la oferta privada se mantiene a lo largo del siglo XIX y, por supuesto, del siglo XX. El estudio de Mª Carmen Simón Palmer (1972) -acerca de la enseñanza seglar en Madrid en la primera mitad de siglo XIX, hasta 1868)- permite establecer, a modo de ejemplo, un listado de más de cincuenta profesores de francés establecidos en la ciudad de Madrid (véase Anexo al final del artículo). Por su parte, E. Juan Oliva basa su estudio acerca de la traducción en los manuales de francés publicados en España en el siglo XIX  en un corpus de más de 120 autores de gramáticas y manuales (2003: 403-454).

El profesor de francés comprendía así, en el siglo XIX, dos modalidades que coexisten y se complementan: por un lado, quienes ejercen su profesión de modo particular, siendo habitualmente "nativos", con o sin estudios especializados; por otro, quienes disponen de un puesto (contratados) por parte de un Colegio, Instituto o Universidad. Así, existe, en la segunda mitad del siglo, en algunas escuelas superiores y universidades españolas, la figura de "regente" (por ejemplo, F. Piferrer), profesor que era contratado, tras superar un examen, por un periodo de tres años. Las fronteras entre unos y otros eran permeables: un profesor de colegio/instituto impartía frecuentemente clases particulares o bien en academias privadas (debiendo no obstante obtener una autorización para ello).

En muchos casos, los profesores de los Institutos (en especial, los catedráticos) eran auténticos "filólogos", es decir conocedores de varias lenguas (en cuanto al aspecto gramatical), neohumanistas poseedores de una formación lingüística clásica (latín y griego, fundamentalmente) que habían trasvasado a la enseñanza del francés oy de otras lenguas vivas. Chervel destaca así la "polyvalence [ancienne] des professeurs du secondaire" (Chervel, 1988 : 109). Algunos ejemplos bastarán para mostrarlo. A. Bergnes de las Casas era catedrático de griego en la Universidad de Barcelona, autor de una gramática francesa (Novísimo Chantreau), que se reedita de modo constante a lo largo del siglo XIX y llega hasta principios del XX (1845-1905, 25ª ed.), y autor igualmente de una Gramática y de una Crestomatía inglesas; Fernando Araujo era licenciado en Filosofía y Letras, pero igualmente en Derecho, y "exprofesor agregado de lengua alemana"; J.E. Laverdure era "profesor de lenguas y varias ciencias"; C. Lobe era profesor de francés y de comercio; M. Méndez Bejarano era licenciado en Filosofía y Letras, pero también en Derecho civil y canónico; Carlos Soler Arqués era miembro de la Academia de Historia; Eduardo Benot, quien adapta el método Ollendorf en España (1858, véase /Método Ollendorf/), es fundamentalmente conocido como filólogo por su Arte de Hablar. Gramática filosófica de la lengua castellana ; M. Ainsa y Royo compone una Gramática práctica para hablar, leer y escribir [...] los idiomas castellano, francés e italiano (1837)...

Carmen Roig mostraba, en 1989, su sorpresa al observar los títulos con que los profesores de francés adornan las portadas de sus manuales y gramáticas de francés y se preguntaba por su formación: ¿eran lingüístas?, ¿pedagogos? ¿didácticos?, ¿filólogos? Y añadía que había algo de ingenuo en su manera de hacer alarde de sus de sus títulos académicos que van desde el simple  'Bachiller' hasta el 'Doctor en Filosofía y Letras' ou en 'Derecho Civil y Canónico' (Roig, 1989 : 29-32). Acumulan tanto las lenguas que conocen como los puestos de trabajo, lo cual permite a dicha especialista en la historia de la enseñanza del francés mostrar un cierto escepticismo, subrayando que todos esos méritos no sirven realmente para explicar las verdaderas competencias que hay detrás de tan bella retórica" (ibíd.: 30).

Estas caracterizaciones globales de la figura del profesor deben ser completadas por medio de datos biográficos concretos que detallan el modo de vida de maestros de lengua francesa y de profesores. En este sentido, el pormenorizado estudio de M. Bruña (2005: 277-290) acerca de un profesor de francés (Joseph Orfois), que ejercía como profesor en el Instituto de Huelva en la segunda mitad del siglo XIX, es reveladora de los problemas (de índole económica, de aceptación social por ser extranjero, de relaciones con la jerarquía, de modos de vida) que quienes ejercían la profesión de francés encontraban frecuentemente. En contraste con este caso, hay que recordar que el presidente de la Iª República, Nicolás Salmerón, fue en su juventud profesor de francés; o bien que Antonio Machado fue Catedrático de francés en Institutos de Segunda Enseñanza de Soria, Baeza, Segovia y Madrid. Hay que tener en cuenta los estudios que han sido efectuados al respecto, algunos de los cuales han sido citados a lo largo de este artículo, y otros que M. Bruña reseña en su estudio sobre J. Orfois (2005: nota 4). Más recientemente, la figura de Enrique Canito -"Catedrático de francés, librero, editor y director de la revista Ínsula" - destaca por su profunda implicación en la difusión de la lengua y la cultura francesas en el período franquista (cf. Suso, 2000 y 2010).

La visión particularizada de aspectos biográficos de determinados profesores de francés de los siglos XVIII, XIX y XX, que se extraen de los citados estudios, permiten completar el conocimiento de los modos de vida, problemas, situación profesional, metodología empleada, innovaciones..., de modo certero. A través de tales biografías, puede comprobarse que la figura del profesor se transforma profundamente con la creación de los Institutos de Segunda enseñanza (véase /Ley Moyano/, 1857) y la institucionalización de la lengua francesa (véase Beas & Fernández 1995). Antonio Nóvoa (en términos generales, 1987: 73-77) y Quintín Calle (en cuanto a los profesores de francés, 1990) exponen de modo minucioso cómo van sucediéndose pequeñas (en apariencia) modificaciones que van profesionalizando el estatuto del profesor: exigencia de una formación superior, establecimiento de los procedimientos de selección para el ingreso a la profesión (oposición), dotación de derechos y obligaciones, estructuración en categorías según un escalafón...

En efecto, en su origen (véase /Legislación/ [Ley Moyano], 1857, sección III, cap. 4º y 5º), los profesores de francés son considerados como profesores especiales (poseyendo el mismo rango que los profesores de Dibujo, Caligrafía, Ejercicios gimnásticos), al encuadrarse la asignatura dentro de los "Estudios de aplicación" (y no dentro de los "Estudios Generales). Y también: "Los Profesores de Lenguas vivas y Dibujo, y los de Música vocal e instrumental y Declamación no necesitan título" (art. 207). Son así innumerables los avatares que atraviesan hasta su consideración igualitaria con respecto a los profesores de otras asignaturas... Hay que remitir a la tesis de Quintín Calle (1990: 179-220) y a Fernández&Suso (1995: 203-244), para conocer los detalles de este proceso, que se desarrolla en los términos siguientes:

Por otra parte, al integrarse los estudios elemen­tales de Magisterio o de Comercio en los Institutos Generales, los Catedráticos de Instituto (o los Ayudantes nombrados por ellos) pasarán a impartir clases igualmente en tales Escuelas; la separación posterior de esas Escuelas (R.D. de 24-IX-1903) no incluía las enseñanzas de Caligrafía, Francés, Religión y Dibujo, de las cuales se encargaban los Profesores de los Institutos. Se creó así una situación extraordinariamente compleja en cuanto a la situación administrativa y la calidad de la enseñanza impar­tida: por ejemplo, la Orden de 28-XI-1911 recoge la situación irregular de la enseñanza del francés en la Escuela Normal de Murcia al delegar el Catedrático en un Auxiliar. Dicha orden prohíbe tal delegación de funciones en un Auxiliar. A través de disposiciones posteriores, se van crean­do los puestos de Catedrático de francés en las Escuelas de Comercio, con los requisitos exigidos. Así, para ser Catedrático de lengua extranjera en las Escuelas de Comercio "será suficiente ser Perito o Contador mercantil cuando el aspirante acredite debidamente haber residido dos o más años en el país del idioma respectivo" (R.O. 8-X-1919), existiendo igualmente Profesores especiales sin oposición (ver R.O. de 21-XI-1919 y R.O. de 6-XII-1919).

Se acaba concediendo el derecho de voto en los Claustros a los profesores de idiomas vivos.

Esta regulación deficiente acerca del control sobre el ingreso de los profesores auxiliares o del profesora­do de colegios religiosos choca sin embargo con las dis­posiciones acerca de las oposiciones, que van adquirien­do un carácter más exigente en cuanto a la preparación cientí­fica y pedagógica de los candidatos. Destaca por ejemplo el requisito de un "cer­tificado de aptitud peda­gógica para los licenciados en Letras y Cien­cias" para poder presentarse a la oposición a toda clase de Es­cuelas dependientes del Ministerio (R.D. de 26-VII-1900). Tal cer­tificado "será expedido por el Ministe­rio de Instrucción Pública y Bellas Artes a los que hayan sido aprobados en un examen que se verificará en una de las Es­cuelas Normales Centra­les", constando dicho examen de dos ejercicios: el primero, de explicación por escrito de un "punto de Pedagogía sacado a la suerte de entre 50 tomados de los programas de la respectiva Es­cuela", y el segundo, "de contestación oral a preguntas sobre Historia de la Pedagogía y Legislación es­colar" (art. 25).

Posteriormente, la Orden de 24-I-1926 dispone que los ejercicios de la oposición a Cátedras de lenguas vivas se harán en la misma lengua a la que se oposite. Finalmen­te, la Orden de 4-IX-1931 reforma las oposicio­nes, "a fin de disminuir su tendencia memorística" y conceder "una mayor importancia a la preparación metodo­lógica de los aspirantes". Se estable­ce así que en las oposiciones a Cátedras de lenguas vivas, los ejercicios se harán en el idioma a que se refiera la oposición, y los restantes en castellano.

Tales ejercicios consistían en lo siguiente:

  1. contestación por escrito a dos temas sacados a suer­te;
  2. contestación oral a tres temas (entre seis sacados a suerte);
  3. contestación oral a un tema elegido por el opositor;
  4. exposición oral del concepto y metodología de la asignatura, y posteriormente razonamiento y discusión de la memoria pedagógica y del programa presentado por el candidato;
  5. explicación de una lección;
  6. ejercicio práctico (pudiéndose anticipar, a juicio del tribunal, como en Latín).

Paralelamente a dicha actuación en cuanto a una mayor exigencia científica y pedagógica para el desempe­ño del puesto de profesor funcionario, otras actuaciones se refieren a la forma­ción inicial. En este aspecto, es preciso señalar el enorme retraso de la actuación ministe­rial: en efecto, la creación, dentro de las especialidades de Filosofía y Letras, de la sección de Filología Moderna (de varias lenguas, entre ellas la francesa) no se produce hasta 1932 (en Madrid y en Barcelona únicamente), pasan­do a ser un requisito indis­pensable para la provi­sión de las Cáte­dras de Institutos a partir de la convo­catoria de 1935. Anteriormente a dicha fecha, la prepa­ración cien­­tífica (lingüística y literaria) del futuro profesorado de Francés no era objeto de atención minis­terial: tan sólo el Curso de Ampliación de la Es­cuela Central de Idiomas, o bien la asig­natura Litera­tura contemporánea de lenguas neolatinas  -creada por la R.O. 11-III-1916, de carácter volunta­rio, en la sección de Letras de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid-, podían preparar, en España, a los candidatos para los puestos de profesor de Francés. Tales secciones (a veces, subsecciones) se van extendiendo a otras Universidades (así, Zaragoza y Sevilla, 1964; Valencia, 1965; Valladolid y Salamanca, 1968, cf. Morales, 2004: I, 760-761), si bien mantendrán de modo duradero una orientación filológica, y los planes de estudio respectivos así lo muestran.  Según señala Francisco Morales (2004: I, 761-765) en su tesis doctoral sobre la evolución metodológica de la enseñanza oficial del francés en España entre1936 y1970 "se comprueba [...] que primaban claramente los estudios lingüísticos" (con un carácter más bien teórico) y culturales (literatura, historia y cultura francesas), quedando relegadas la formación práctica y la formación metodológica.

Anexo

Profesores de francés en la primera mitad del siglo XIX (en Madrid)

Alarcón, Juan: maestro de francés autorizado (1832). Pro­fesor de Latín y de Francés en los colegios de Frutos (1846) y de Meana.

Alcober y Largo, Vicente: catedrático del instituto de Murcia. En 1854, crea una escuela de idiomas.

Alemany, Lorenzo: profesor de Francés en la Escuela de ingenieros. Profesor particular y autor de la Gra­má­ti­ca francesa, titulada el nuevo Chantreau (1826, Madrid, Imprenta E. Aguado; reed.  1835, 1843, 1841 en Barcelo­na...).

Andrew de Covert-Spring, D.J.: profesor particular (1837).

Bardin, Félix: profesor particular (1823).

Baretou, Pedro Crisólogo: profesor particular: "en­se­ñaba francés por un método sucinto y fácil y en breve tiem­po" (Simón Palmer 1972: 337). Clérigo francés, del Departamento de Bajos Pirineos (obispado de Oloron), perseguido durante la Revolución francesa, exiliado, refugiado en Aragón en 1808, arrestado en Zaragoza en 1810 "por ser francés", desterrado a Mallorca. Autor de un memorándum al Obispado de Mallorca solicitando su intervención y liberación (Fuente: Archivo general del Consell Insular de Mallorca, X-K57. 1. IV 49. Año 1811). http://ibdigital.uib.es/greenstone/collect/bsalArticles/import/BSAL_1997/BSAL_1997v53p185.pdf

Beltrán del Rey, Mariano: profesor de matemáticas y de francés en el colegio de Fernández (1842),en el Consulado  de Francia en Madrid, en el colegio de Feijoo (1846) y de Artero (1849).

Benavent, Enrique: profesor de francés en el Ateneo de Seño­ras, en el  Instituto libre de Enseñanza, en la Universidad Central, en la Academia de Ciencias  de Don José Sanz de Diego, en el Instituto Be­navent;  autor de  El idioma francés puesto al alcance de los Españoles, o sea el nuevo sistema práctico (18762, Madrid, Imprenta Hijos de Velázquez)

Bes, Braulio: profesor de francés en el colegio de Pa­ra­da (1858).

Betouigh, Pablo: profesor de francés en una academia de su propiedad (1842).

Camarten, Josefa: profesora particular de francés (Madrid)

Castellanos, Basilio Sebastian: profesor particular autorizado (1828).

Cayetano, Sixto: profesor particular de francés. Catedrático de Literatura y de Historia en la Universidad Central. Autor de un Curso de lengua francesa.

Cerdá de Villarestan, Manuel: profesor de francés en el Colegio de la Plaza de San Martín (1842).

Cornellas, Clemente: profesor de francés en el Colegio Politécnico (1848), en el colegio de Meana (1849) y de francés, inglés e italiano en el colegio de Mamaol (1849); au­tor de la Gramática francesa teó­rico-práctica para uso de los españoles (1844, Madrid, Viuda de Mayo; 18483).

Domínguez, Ramón Joaquín: profesor particular (1843); autor de Nueva Gramá­tica francesa (1844, Madrid, T. Aguado y Cía).

Esperalar, Felipe: profesor de francés en el Colegio Politécnico.

Femel, Alejandro: profesor de francés en el colegio de Iran­zo (1861).

Fernández Castañeda, Francisco: profesor de lenguas (1843).

Fournier, Gustavo: profesor de francés en el colegio de Serra; autor de una e Gramática francesa (1841, Madrid, Sal­vador Albert).

Gaite, Esteban (ou Gaytté): profesor de francés en el Colegio Politécnico; autor de Glosología francesa (1848, Madrid, M. Monier).

García, Cayetano Sixto: profesor de francés particular (1823). Pro­fesor de Humanidades en los Reales Estudios de San Isidro,  y de literatura e historia en la Universiad Central.

García, Ceferino: profesor particular de lenguas (1833).

García Ruiz, Manuel: profesor de francés particular (1820-1834).

Gil y Olmo, Juan: autor del Compendio gramatical para ense­ñar y aprender el francés con la mayor brevedad y el mejor fruto posible (1848, Madrid, Viuda Sanchiz e Hijos).

Grimaud de Velaunde, Francisco: profesor de francés en el Ateneo español y profesor particular. Un hijo suyo será igualmente profesor de francés en 1827. Autor del Método práctico para aprender los elementos de la lengua francesa (1826, Madrid, Imprenta de Repullés).

Heredia, Antonio: profesor particular (1834).

Laborde, A. profesor de francés en el colegio de García Sanz (1841).

Lafon, Joseph Auguste: profesor particular (1822).

Lemos: profesor particular (1843).

Loyal, M.: profesor particular (1838).

Machinnon, Reinaldo: profesor particular de lenguas (1821).

Michel, Miguel Juan: profesor de francés en el colegio Mamaol (1846).

Morell, Agustín: profesor de francés en la Real Es­cuela de Veterinaria; profesor particular (1833). Au­tor de El Arte de traducir el idioma francés (1835, Ma­drid, Impren­ta de D. Pedro Sanz).

Novella, Pablo Antonio: profesor de francés en la academia de su propiedad. Autor de Nueva Gramática de la Lengua Francesa y Castellana (Alicante, Impr. Es­paña, 1813).

Oliván, José: profesor particular de lenguas (1838).

Ouradou, Anselmo (ou Oradou): profesor de francés en el colegio de Masarnau (1844); autor del Cours de versions françaises, ou choix de lectures graduées (1864, Madrid, Impreta de Te­jado), y de la Gramática francesa para uso de los Españo­les (1865, Ma­drid, Imprenta de Te­jado)

Peinador, Francisco: profesor de geografía y de francés en el colegio de su propiedad (1862).

Pérez, Mariano Nicolás: profesor de francés en Real Seminario de Nobles y en las escuelas de S. Antonio Abad; pro­fesor particular de lenguas (1826).

Pérez del Castillo, José: profesor de lenguas en el colegio de Santa Isabel (1869).

Philippin (ou Felipen), Mariana: maestra (de niñas); profesora particular de lengua francesa.

Piferrer, Francisco: profesor regente en la Universidad de Madrid; profesor particu­lar; autor del Tratado Completo de lectura fran­cesa (o Méthode pour apprendre en peu de jours à lire cor­rectement le français, à l'usage de la jeunesse espagnole (1843, Toulouse, Delsol), y del El Idioma francés puesto al alcance de to­dos, o método natural (1846, Madrid, Imprenta Boix; 18523). Prota, Lorenzo Badioli, conde de: autor del Método para el estudio del francés (1865, Madrid, Imprenta de F. Martí­nez García).

Ribera, Patricio: profesor particular de lenguas (1831).

Rodríguez de Chauveau, Miguel Fr.: profesor de francés en el colegio de Iturraeta; profesor particular (1837).

Rovira, Miguel: autor del Método Jacotot. Epítome de Francés para uso de los alumnos de la Enseñanza Universal (1835, Madrid, Herederos de Roca).

Rozier, Felix: profesor particular (1844).

Salmerón y Alonso, Nicolás: con veinte años, profesor auxiliar de francés en el Instituto de San Isidro. Director del Colegio  Internacional (1866). Catedrático de Filosofía en la Universidad Central  (1866). Presidente del poder ejecutivo de la Iª República española. 

Sánchez Rivera, Juan (1821): autor de la Grammaire française de Lhomond. Entera­mente refundida por C.C.Letel­lier (1821, Madrid, Imprenta J. Collado).

Sauzeau: profesor particular (1840), profesor de francés en el colegio de González San Julián (1846); autor de la Nueva Gramática de la lengua francesa (1845, Madrid, Miguel de Burgos).

Serrano, Antonio Ambrosio: profesor de francés en la academia de su propiedad (1826).

Simon: profesor particular (1843).

Soldevila, Francisco: autor de Rudimentos claros y breves para aprender a leer y escribir sin socorro de maestro (1800, 2ª ed., Madrid, Villareal).

Sotos Ochando, Bonifacio: autor de Pronunciación del Francés sin maestro, con una tabla sinóptica de la pronun­ciación de la lengua francesa (1835, Madrid, Bib. de M. Ca­nito).

Torres y Busquer, José: autor del Tratado de pronun­ciación francesa arreglado bajo un nuevo plan (1843, Ma­drid, J.M. Grau).

Tramarría, Francisco: profesor de francés en un colegio femenino (1825), en la Real Casa de Caballeros y Pa­jes, en la escuela de Comerico de Madrid; catedrático en el Instituto de Noviciado (1846), profesor en la Universidad Central de Madrid. Autor de la Gramática francesa para uso de los Españoles (1829, Madrid, Imprenta de Don Eusebio Aguado). Reediciones en 1841, 1848, 1859, 1865.

Vilella y Font, Sebastián: profesor de francés en el colegio de Estrada Piquer (1863).   

Mª Carmen Simón Palmer refiere únicamente la existencia de tres mujeres, quienes imparten cursos particulares de francés, a niñas o bien a adolescentes: Josefa Camarten (1835), Mariana Felipen ou Phi­lippin (1823, 1829), y Ma­da­me Lafon, quien "seguía el método adoptado en los mejores co­legios de París. Siete meses bastaban al discípulo para saber hablar, traducir y pronunciar perfectamente el idioma y tener un idea de los mejores autores franceses" (1972: 339). A estas tres mujeres, profesoras de francés, se les podría añadir una tal Madame Lévy, que regentaba un escuela-internado en Madrid, a mediados del siglo XIX, en la que estudió durante un tiempo Emilia Pardo Bazán y  donde aprendió francés. Madame Lévy fue también profesora de francés de la infanta Isabel, hija primogénita de Isabel II (García Bascuñana, 2011-2012: 219-220).

Javier Suso López

Bibl.: