Universitat Rovira i Virgili

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Diccionario de historia de la enseñanza del francés en España (siglos XVI-XX)

REAL INSTITUTO ASTURIANO (1794 - 1808)

Escuela técnica de estudios de Náutica y Mineralogía. Fue un proyecto del ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos, preocupado por la necesidad de formar profesionales técnicos especializados e instruir a la juventud en ciencias útiles. Aprovechando un Real Decreto del 8 de julio de 1787 para el establecimiento de Escuelas Náuticas en todos los puertos de la península, su hermano Francisco de Paula de Jovellanos solicitó en 1789 la erección de una en Gijón y en 1791 fue presentada la memoria justificativa con el plan de estudios (Galino, 1953: 239-242). La institución fue autorizada por sendas RO del 12 de diciembre de 1792 y del 8 de mayo de 1793; el 7 de enero de 1794 se realizó su inauguración. Primero estuvo ubicada en la Casa del Forno, de la familia Jovellanos, y en 1797 se comenzó la construcción de un edificio nuevo, que no se concluyó hasta 1807 (Cano Pavón, 1999: 56).

El plan de estudios, atribuible a Jovellanos, se expone en el título III de la Ordenanza, "De la disciplina literaria del Instituto", documento firmado por el ministro Antonio Valdés. Sus materias fundamentales eran las ciencias exactas y las naturales, divididas en tres áreas básicas: Matemáticas, Náutica y Mineralogía, cada una de ellas desglosada en diversas disciplinas, que impartían sendos profesores en tres cursos sucesivos de distinta duración: dos años el primero común, uno el de Náutica y tres el de Mineralogía (Jovellanos, 1859: 408, arts. 269-275). Los idiomas eran junto al Dibujo disciplinas auxiliares, y su estudio estaba "dirigido á promover los adelantamientos que las naciones sabias hicieron en ellas" (ibíd., 1859: 412, art. 374), según se exponía en el capítulo VI, "De la enseñanza de idiomas". Era obligatorio cursar inglés o francés, "que son las que conservan en sus libros los mas ricos tesoros de conocimientos útiles" (ibíd., 1859: 412, art. 376), y se impartían en sendas lecciones diarias de media hora, separadamente para que un mismo alumno pudiese estudiar ambos, por la tarde y en la biblioteca, mientras que las disciplinas técnicas y científicas ocupaban clases matinales de tres horas. Al igual que el Dibujo -también impartido en sesiones vespertinas de una hora-, los idiomas ocupaban todo el ciclo educativo, a excepción del último año de Mineralogía (ibíd., 1859: 415, art. 460). Su enseñanza competía al bibliotecario, cargo que desempeñó Juan de Lespardat en la primera etapa del Instituto (Jovellanos, 1795: 190).

El aprendizaje de idiomas estaba graduado: el primer año se aprendían rudimentos de francés e inglés con dicho bibliotecario y en el segundo se practicaba la traducción directa con los profesores de las restantes asignaturas (Jovellanos, 1795: 117), preferentemente de obras científicas relacionadas con las materias de estudio y existentes en la biblioteca (ibíd., 1859: 412, art. 383). El objetivo fundamental era, pues, la adquisición de comprensión lectora, pero se realizaba también la instrucción en sintaxis, ortografía y prosodia (ibíd., art. 384), e incluso se aventuraba que ejercitar la traducción facilitaría la adquisición de la competencia oral o, al menos, el disfrute de las lenguas sabias (ibíd., art. 385).

Las clases de francés del primer curso comenzaron el 9 de marzo de 1794 (Jovellanos, 1994: 557), y las de inglés un año después, el 6 de enero de 1795. Según anota Jovellanos en sus visitas a las primeras clases, Lespardat realizaba ejercicios sobre las conjugaciones y versiones (ibíd.: 593, 604). Sus exámenes contenían ejercicios de "rudimentos", de versión y de composición, a juzgar por el primero, del 31 de diciembre de 1794, en que se examinaron cuatro alumnos, con distintos resultados  (Jovellanos, 1999: 67). Existían diferentes tipos de examen: los de aprobación servían para verificar el grado de aprovechamiento solo de las disciplinas troncales antes de cambiar de clase y no tenían en cuenta los progresos realizados en las auxiliares (Jovellanos, 1795: art. 496). Los de calificación, al final de curso, no preveían exámenes particulares de idiomas y dibujo, aunque los alumnos eran preguntados sobre ellos (ibíd.: art. 514). En cambio, los de graduación, a los que solo accedían los alumnos distinguidos en los anteriores, evaluaban de la misma manera todas las materias (ibíd.: art. 532), en público y con adjudicación final de premios. Aunque se trataba de una institución educativa masculina, la nieta del conde de Marcel de Peñalba, Venturina González de Cienfuegos y Carrió, participó en 1797 en un certamen en que realizó una traducción directa del castellano al francés y otra inversa, e "hizo el análisis de esta lengua, muy bien, muy bien" (Jovellanos, 1999: 720), por lo que fue premiada con un ejemplar de Las veladas de la quinta de la condesa de Genlis.

El conocimiento de los idiomas era fundamental para acceder a la bibliografía relativa a las disciplinas científico-técnicas; y Jovellanos dio disposiciones precisas sobre la dotación de la biblioteca, que pretendía reunir las principales publicaciones del momento en ciencias exactas y naturales, independientemente de su idioma y lugar de publicación, según expresó en su Oración inaugural del Instituto en 1794 (1911: 13). De hecho, los títulos que conformaban la bibliografía básica de cada curso eran en su mayoría extranjeros, y no existía de todos la correspondiente traducción. Destacaron las obras en francés: 1.646 impresos de un total de 5.779, mientras que había 2.878 en español (Martínez Elorza, 1902: 57). Entre ellas figuraban libros de Química: los Elementos de Química e Historia Natural (Madrid, 1793) de Fourcroy, que entonces habían empezado a traducirse al castellano, y el Tratado elemental de Química de Lavoisier (Madrid, 1798); y sobre todo de Mineralogía: Bomaré, artículo "Historia Natural" de su Diccionario, Bueguet, Introducción al estudio de la Mineralogía (París, 1771), los Viajes mineralógicos de Jars (París, 1774), Morand, Arte de explotar las minas de carbón de piedra (París, 1768-1773) y John Andrew Cramer, cuyos Elementos de docimástica escritos en latín corrían en versión inglesa y francesa (Jovellanos, 1859: 413-415).

Francisco de Paula Jovellanos fue el primer director del Instituto Asturiano y fue sustituido en enero de 1801 por el brigadier José Valdés, quien pidió su retiro ante las dificultades sobrevenidas por el encarcelamiento en Mallorca de su fundador y la falta de fuentes de financiación. A este le sucedió el segundo director, José Cienfuegos Quiñones, el 1 de febrero de 1804, aunque convertida la institución en Escuela de Náutica y con un número menor de alumnos: sólo 16 al inicio de ese curso el 15 de julio siguiente, y cuatro profesores, entre ellos Antonio Condres a cargo del francés e inglés (Lama y Leña: 40-42). Permaneció luego cerrada durante la Guerra de la Independencia y pudo reiniciar su actividad en 1813, ya fallecido Jovellanos, con diversas reestructuraciones y cambios de denominación (Cano Pavón, 1999: 56-57): Instituto Nacional en 1820, Escuela Especial en 1845, Escuela Profesional de Industria y Náutica en 1855, Escuela Especial de Náutica y Aplicación al Comercio y a la Industria en 1862 y, finalmente, Instituto Jovellanos en 1865. Siempre impartió enseñanzas técnicas y humanísticas pero en 1863 solicitó añadir los estudios de Segunda Enseñanza y en 1868 quedó establecido como Instituto de Educación Secundaria, hasta la actualidad. Ya en el siglo XX, en 1913, se segregó del Instituto la Escuela de Náutica, extinguida luego en 1924, y se construyó otro edificio, apto para las nuevas necesidades.

María Dolores Gimeno Puyol

Bibl.: