Universitat Rovira i Virgili

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Diccionario de historia de la enseñanza del francés en España (siglos XVI-XX)

EDUCACIÓN DE LA MUJER (siglo XVIII)

A medida que avanza el siglo XVIII y conforme se extiende la Ilustración, crece la preocupación entre las clases acomodadas por la educación de sus vástagos, tanto varones como hembras. No obstante, la femenina se trata de un tipo de educación no regulada aún y menos generalizada que la masculina, que contó con iniciativas oficiales como los Reales Seminarios de Nobles. El censo de Floridablanca de 1787 arroja una proporción bastante elocuente: un total de 25 colegios con 642 alumnas frente a 160 con 3.793 alumnos (ápud Bolufer, 2005: 5). Según costumbre en el Antiguo Régimen, era una educación separada por sexos y existía una evidente diferenciación entre las escuelas elementales, tuteladas en su mayoría por organismos públicos que impartían primeras letras a las clases bajas, y los colegios para señoritas, regidos por órdenes religiosas. Entre estos destacaron los Colegios del Real Patronato, fundados por iniciativa real desde tiempos de los Habsburgo, como es el caso del de Nuestra Señora de Loreto, que a finales del siglo XVIII reformó sus Constituciones de 1637 y añadió nuevas materias como la aritmética, geografía e historia, la propia lengua y música (Nava, 1996: 87), que se sumaban a las habituales femeninas de labores y doctrina cristiana; no se mencionaban ahí idiomas modernos. En esa época se establecieron en España otras órdenes religiosas dedicadas a la enseñanza femenina como las Salesas, las Dominicas y las Hijas de María, que se encargaron de dotar de formación adecuada a las niñas nobles o hijas de las élites emergentes (Franco 1994: 239). Precisamente las primeras regentaron el Colegio del Monasterio de la Visitación en Madrid, del Real Patronato, que fue la primera institución femenina que incluyó idiomas, dentro de un plan que menciona el francés junto a las lenguas clásicas, música y labores de costura y bordados (ibíd.: 240, n. 36). Convertido en centro de prestigio, se formaron en él señoritas nobles de distintos lugares de España, e incluso la condesa de Montijo pudo adquirir allí conocimientos suficientes para convertirse en traductora al español de la obra del jansenista Nicolás Le Tourneux, Instrucción sobre el sacramento del matrimonio y sobre las ceremonias con que la Iglesia le administra (1774) (Bolufer, 2008: 155-156).

Hubo también iniciativas educativas laicas como la de Pablo de Olavide, quien en 1768 propuso crear colegios donde se enseñara gramática, francés, geografía e historia, dibujo, baile, música, y nociones de cosmología, poesía y declamación, aunque no prosperó (Bolufer, 2005: 5). Así, existían pocos centros femeninos, por lo cual muchas aristócratas eran educadas por preceptores privados y otras de las clases medias también aprendían en sus casas, supervisadas por sus madres; entre las lecciones que recibían estaban el francés o el baile, impartidas por profesores contratados, que se anunciaban como tales en la prensa (Bolufer, 2005: 5).

La presencia de traductoras en el panorama, sobre todo a partir del último tercio del siglo XVIII y principios del siglo XIX, revela que un buen número de mujeres aprendió idiomas de una forma u otra. Es destacable la elevada proporción de ellas frente a los varones en el estamento aristocrático; entre la burguesía algunas como María Rosario Romero Masegosa confesaron haberlos estudiado de modo autodidacta para hacer de la traducción su modus vivendi (López-Cordón, 1996: 110, n. 78). El cómputo de traducciones por mano femenina se eleva a veintisiete, sobre todo de títulos franceses y de temática formativa o edificante (Bolufer, 2008: 155-156).

            Asimismo, constan testimonios esporádicos de señoritas que realizaban exámenes públicos como exhibición de sus talentos excepcionales, entre ellos los idiomas, que despertaban mucha expectación (Bolufer, 2000: 218). En 1768 María Rosario Cepeda se examinó públicamente en Cádiz de castellano, francés, latín y griego y por falta de tiempo no realizó el examen de italiano; por ello el Ayuntamiento la nombró regidora honoraria de la ciudad y le dedicó un retrato con la leyenda: "insigne por su erudición en varias lenguas", aunque años después esa misma corporación rechazó la petición de una maestra francesa de abrir una escuela para señoritas (Bolufer Peruga, 2000: 219, n. 61). En 1785 Carlos III autorizó a María Isidra de Guzmán y de la Cerda, hija de los marqueses de Montealegre, a examinarse para obtener el grado de doctora de la Universidad de Alcalá; los ejercicios consistieron en una disertación filosófica en latín y gramática griega, latina, castellana, francesa e italiana, entre otras materias (De Azcárate, 2000: 37-39). En septiembre de ese mismo año la infanta Carlota Joaquina, a sus diez años, realizó en Lisboa diferentes pruebas, la última de las cuales fue un examen de gramáticas y lenguas portuguesa, española y francesa, según publicó la Gaceta de Madrid. En 1797 la nieta del conde de Marcel de Peñalba, Venturina González de Cienfuegos y Carrió, participó en el Instituto Asturiano de Gijón en un certamen en que realizó una traducción directa del castellano al francés y otra inversa, e "hizo el análisis de esta lengua, muy bien, muy bien", según anotó Jovellanos en su Diario, quien por ello le regaló un ejemplar de Las veladas de la quinta de la condesa de Genlis (Jovellanos, 1999: 720).

            Los casos de Josefa Amar y Borbón, que publicó en 1790 el Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres, que contenía un plan educativo para las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres, y los del almirante Mazarredo, que pidió al matemático Isidoro Morales redactase otro adecuado para la educación de su hija, aparecido en 1796, sitúan los idiomas como pieza relevante de la educación femenina. Además, revelan un cambio de sensibilidad en la percepción de cuál había de ser su educación, aunque entonces aún estuviera reducida a las hijas de las élites (Gimeno Puyol: 2012).

            A las nuevas actitudes habían contribuido famosos textos pedagógicos europeos sobre la educación femenina, que se difundieron por España traducidos o en versión original: Fénelon, Tratado de la educación de las hijas (trads. 1769, 1770), Charles Rollin, Educación y estudios de los niños y niñas y jóvenes de ambos sexos (trad. 1781) y Madame de Lambert, Nuevas reflexiones sobre las mujeres. Carta sobre la verdadera educación (1727). Los ilustrados españoles también generaron un debate en torno a las capacidades y necesidades educativas femeninas, mediante diversas publicaciones: Benito Jerónimo Feijoo, "Defensa de las mujeres" (Teatro crítico universal, XVI, t. I, 1726); el anónimo Discurso sobre el lujo de las señoras (1788); Jovellanos, Memoria leída en la sociedad Económica de Madrid sobre si se debían o no admitir en ella las señoras (1786); Josefa Amar y Borbón, Discurso en defensa del talento de las mujeres y de su aptitud para el gobierno y otros cargos en que se emplean los hombres (1786); y la Apología de las mujeres de Inés Joyes (1798). Los textos de Jovellanos y Amar y Borbón fueron parte de una encendido polémica en el seno de la Sociedad Económica de Amigos del País Matritense, que alcanzó gran repercusión en los periódicos Memorial Literario y La Pensadora Gaditana (Ortega, 1988: 317-320).

María Dolores Gimeno Puyol

Bibl.: